La Escuela de Chicago, así llamada

(Translated by Jesus Trevinio)

Los sociólogos hablan, desde hace mucho, de la “Escuela de Chicago” de pensamiento sociológico. Se ha vuelto en un tipo de mito original para una sociología que algunos aprobamos. La gente dice la “Escuela de Chicago” y piensa que, como solía decir Helen Hughes (aunque lo dijo sarcásticamente), “en ese entonces había gigantes en la tierra,” y entonces se agrega que es tiempo de que imitemos esas maneras de gigantes. Los cronistas principales de la Escuela de Chicago, notablemente Gary Alan Fine y sus colaboradores (1995, sobre todo 1-16 y 82-107) y Martin Bulmer (1984, especialmente 151-89), no tienen, por supuesto, un punto de vista simple o simplista de lo que consistió la escuela. Pero el mito, suficientemente poderoso para opacar cualquier calificativo o detalle contradictorio, persiste.

¿Qué es (o fue) la Escuela de Chicago? Al menos, estas cosas componen el panorama contemporáneo, el mito, de lo que consistió la escuela, su creencia, y representó:

1. Los fundadores, incluyendo a Albion Small, W. I. Thomas (Thomas y Znaniecki 1918; Thomas y Znaniecki 1920), y al filósofo George Herbert Mead (Mead 1934), crearon y mantuvieron un esquema unificado de pensamiento sociológico, configurado por la guía original de Thomas y Mead, cuyas ideas formaron un marco coherente y cohesivo dentro del que podía hacerse investigación.

2. Una segunda generación en Chicago emprendió un programa de investigación vasto, basado en el pensamiento de los fundadores e impulsado por la energía y la visión de Robert E. Park y su joven colega E. W. Burgess (Park y Burgess 1921).

3. Como resultado, una generación de investigadores y pensadores, formados por esta gente y dirigidos por Everett C. Hughes (Hughes 1943; Hughes 1984) y Herbert Blumer (Blumer 1939; Blumer 1969) hizo investigación y generó desarrollo teórico que podría, y eventualmente lo fue, ser caracterizado como “interaccionismo simbólico.”

4. Después de la Segunda Guerra Mundial, la Universidad de Chicago experimentó la llegada de un gran número de estudiantes financiados por G. I. Bill. Estos estudiantes talentosos y entregados de Hughes y Blumer, habiendo estado en la guerra, tenían a su favor una experiencia del mundo hasta entonces poco común entre los estudiantes de sociología. Ellos crearon una “Segunda Escuela de Chicago” (Fine 1995); usaron las ideas del interaccionismo simbólico combinado con métodos de investigación de campo para crear un cuerpo sustancial de investigación y pensamiento, aún relevante a los intereses contemporáneos, casi cincuenta años más tarde.

5. Y toda esta gente fue portadora de una tradición teórica común que, fluyendo de la visión de Park y la filosofía de Mead, se nutrió de las profundidades teóricas de Blumer y la ingenuidad de investigación de Hughes, y fue responsable de los dos grandes auges del trabajo teóricamente integrado de la “Escuela de Chicago,” primero al final de los late 20s y 30s, y otra vez después de la Segunda Guerra Mundial.

Esta es una visión de escuela en el sentido de lo que los historiadores del pensamiento hablan de una escuela, o lo que los intelectuales franceses algunas veces refieren como una “chapelle” (una capilla). En la estructura de tal escuela, el pensamiento de una persona es generalmente visto como central. Cuando los sociólogos hablan de una escuela Durkheimiana, indican, y con buena razón, que todo lo conectado con esa escuela de pensamiento era de una pieza. La teoría fue y es consistente y coherente. La teoría informa sobre la investigación hecha en su nombre. Los seguidores o acólitos preservan la memoria del fundador, embellecen la teoría y su cuerpo de pensamiento asociado, y fortalecen su trayectoria, corrigiendo errores e inconsistencias en la teoría maestra y haciendo trabajo que ejemplifique su visión.

La Escuela de Chicago nunca fue una escuela en el sentido estricto del término. Como Jennifer Platt (Platt 1996) lo ha dicho claramente, Chicago, el Chicago real de la 59th Street en el edificio de Ciencias Sociales en contraste al Chicago del mito original, fue mucho más variado y diferenciado. Park, Burgess, y Ellsworth Faris, la gente que hoy se piensa han personificado la gran tradición de Chicago de los años 20s y 30s, fueron inicialmente reunidos por Ogburn, que tenía una visón muy diferente de la sociología y su misión. Ogburn fue un gran expositor del trabajo cuantitativo en esos años, quizá en toda la historia de la sociología, y fue personalmente responsable (Laslett 1991) de convencer al gobierno de los EE. UU. de que su punto de vista de la sociología y de las ciencias sociales—cuantitativo, en un sentido limitado, y científico en un sentido igualmente limitado—era justo lo que el gobierno necesitaba para hacer su trabajo eficientemente. Ogburn tuvo muchos seguidores en Chicago, durante los dos periodos del supuesto florecimiento de la tradición y de la escuela: Philip Hauser y Samuel Stouffer en los 30s, Otis Dudley Duncan y otros en los 50s.

Louis Wirth, un contemporáneo de Hughes y Blumer y, como ellos, estudiante de Park y por lo tanto con derecho pleno de reclamar herencia legítima de la tradición, generalmente decía que nunca pudo entender lo que la gente refería cuando hablaba de la Escuela de Chicago, ya que no podía encontrar nada, ninguna idea o estilo de trabajo, que él o sus colegas compartieran. Cualquiera que haya estado ahí en esos periodos (como yo estuve a finales de los 1940s y a inicios de los 1950s) no podría prestar más ayuda que a tener conciencia de las grandes diferencias que dividieron a los profesores y sus estilos de trabajo, divisiones que se pasaron a sus estudiantes, algunos de los cuales se convirtieron en verdaderos adoradores de uno que otro profesor, pero la mayoría hizo sus propias combinaciones idiosincrásicas de la variedad de ingredientes que les ofrecieron.

Aquí unos detalles sobre la variedad de la discutida “escuela” monolítica en el periodo posterior a la Segunda Guerra Mundial, cuando fui estudiante. El cuerpo docente incluía, por supuesto, los dos gigantes del mito, Herbert Blumer y Everett Hughes. También incluía alguna otra gente educada en Chicago, notablemente al demógrafo Philip Hauser. Hauser solía, es verdad, alardear que había hecho trabajo de campo: había ayudado a recabar datos sobre las empleadas de los taxi-dance halls (en México, “ficheras”) descritas en el libro de Paul Cressey sobre ese tópico (Cressey 1932), bailando con ellas. Pero, a pesar de este alarde, Hauser fue de hecho un fuerte expositor de la investigación cuantitativa que tuvo poco uso en el trabajo cualitativo, tan central a la idea de la Escuela de Chicago de ese tiempo.

Ogburn y Burgess aún enseñaban, y cada uno de ellos insistía en la importancia de la estadística en la investigación social. Si bien Burgess había trabajado cercanamente a Park, no era un exponente muy claro de lo ahora pensamos como el “estilo de investigación de Chicago,” aunque no se opuso a él. Dedicó mucha investigación a tópicos tales como predecir la conducta criminal y al “éxito” matrimonial, utilizando técnicas convencionales de investigación cuantitativa para analizar datos de encuestas.

Durante el mismo periodo, el Centro Nacional de Investigación de Opinión (National Opinion Research Center, NORC), fue convencido de poner sus oficinas en la Universidad de Chicago, donde aún reside, de tal manera que la investigación por encuestas fue una presencia viva y activa. Muchos estudiantes trabajaron en el NORC y algunos elaboraron disertaciones en base a datos de información directa (por encuesta).

Ya había representantes de la escuela competidora de “Columbia” en la universidad, particularmente Bernard Berelson, que colaboró con Lazarsfeld en el famoso estudio sobre el voto en el condado de Elmira (Lazarsfeld, Berelson and Gaudet 1948), y con quien trabajaron otros estudiantes de Chicago (e.g., David Gold). Después que salí, pero aún en los 50s, otros graduados de Columbia se unieron a la planta docente (Peter Rossi, James Coleman, Peter Blau, Elihu Katz).

En una dirección muy distinta, otro miembro influyente del Departamento de Sociología de la Escuela de Chicago fue W. Lloyd Warner, hoy un poco olvidado, pero muy conocido entonces como autor e impulsor de una gran cantidad de estudios importantes sobre la comunidad. Warner estudió, aunque nunca completó el grado, antropología social en Harvard; su disertación, un enorme libro sobre la organización social de una sociedad indígena australiana, los Murngin (Warner 1937). Aunque fue una monografía clásica de antropología al estilo de A. R. Radcliffe-Brown, su mentor, Warner trabajo después de eso casi exclusivamente en comunidades americanas. Fue autor o coautor en todos los volúmenes en Yankee City Series, el extenso estudio sobre clase y etnia en el que fue descubierto Newburyport, Massachusetts (Warner et al. 1941-1959). Fue la inspiración y asesor principal de los autores de Deep South, el importante estudio sobre casta y clase en Natchez, Mississippi, realizado por Elizabeth y Allison Davis y Burleigh y Mary Gardner (Davis, Gardner y Gardner 1941). Participó cercanamente en el trabajo de Conrad Arensberg en Irlanda (Arensberg 1950), y en el trabajo que llevó al libro de St. Clair Drake y Horace Cayton sobre el Chicago negro del lado sur, Black Metropolis. (Drake and Cayton 1945). A finales de los cuarentas, Warner justo terminaba un estudio comunitario en Morris, Illinois (llamado “Jonesville”, en el libro resultante, Warner et. al. 1947).

Muestro esta lista del trabajo ahora (y muy injustamente) ignorado de Warner para señalar la presencia que tenía entre sus estudiantes. Sabemos que participó activamente en los principales trabajos de investigación cualitativa y algunos de nosotros se inspiró en lo que hacía. Pero, extrañamente para el mito original, su linaje no tuvo nada que ver con la Escuela de Chicago, sino que fue clásicamente antropológico, que se podía rastrear a través de Radcliffe-Brown hasta Durkheim.

Warner era muy cercano al entonces joven William Foote Whyte quien, aunque había recibido su Ph. D. en Chicago, había hecho un poco de trabajo de postgrado en Harvard, seriamente influenciado por Warner, y especialmente por Arensberg, también relacionado con Warner. La Street Corner Society de Whyte (Whyte [1943] 1981) fue un modelo para todos nosotros de cómo debiera ser el estilo del estudio de campo de Chicago, como lo fue Black Metropolis y los otros trabajos inspirados por Warner. Pero, como dije, nada de este trabajo parecía acercarse al estilo de pensamiento de Chicago, nada tuvo que ver con esa tradición. De hecho, como lo vimos, algunos representantes de la tradición de Chicago, Wirth en particular, estaban en desacuerdo con el trabajo de Whyte.

Hughes hizo un trabajo similar que procedía directamente de la tradición de Park: su análisis principal de la comunidad de un pueblo en proceso de industrialización en Québec [publicado como French Canada in Transition (Hughes 1943)] y sus últimos estudios sobre la relaciones de raza en la industria americana. Hughes, de hecho, citó siempre a Park y por él no conocimos al Park que decía a la gente que se ensuciara las manos con mundo real, el consejo que Blumer repetía sin cesar. No. El Park de Hughes era el que no sólo quería entrevistas y observaciones, sino también estudios estadísticos de la distribución espacial de los fenómenos sociales.

Así que hubo una gran variedad de gente en Chicago en cada periodo de su desarrollo y en ningún momento participaron en la “tradición de Chicago,” como se le concibe ahora, y algunos cuyo trabajo era congruente con la tradición de Chicago rara vez supieron de ella.

Para añadir más confusión. Nelson Foote, un psicólogo social educado en Cornell, fue a Chicago como profesor asistente e hizo causa común con gente como Anselm Strauss, empezando a ser vistos como “interaccionistas simbólicos.” Y Herbert Goldhamer, cuyo trabajo era más político, con influencia de la teoría social a gran escala al estilo europeo, y por el psicoanálisis (ver Goldhamer y Marshall 1953), también estaba presente y tuvo una gran influencia en alguna gente con la que trabajó.

Más aún, había una divergencia grave dentro de los rangos de los verdaderos “viejos chicagenses,” los estudiantes de Park y Burgess de la primera Edad Dorada. En particular, como lo revela el archivo de investigación de Abbott y Gaziano (1995), Hughes y Blumer, considerados como la personificación gemela de la tradición en su generación, tenían una opinión muy pobre de uno respecto al otro. Blumer pensaba que Hughes tenía una mente de segunda, y Hughes era abiertamente despectivo con la incapacidad o poco deseo de Blumer para hacer investigación (ver también Lofland 1980). Una tensión similar existía entre Hughes y Wirth, y Hauser a su lado, en una coalición que no tiene mucho sentido si se considera a “Chicago” como la personificación de una tradición “interaccionista simbólica,” con Wirth y Blumer.

Hughes, por otro lado, estaba muy cercano a los antropólogos: a Robert Redfield (Redfield 1941) quien, como él, era descendiente espiritual de Park (también como yerno de Park); y a Lloyd Warner, con quien colaboró en docencia y en una gran variedad de otras formas. Los documentos que encontraron Abbott y Gaziano, aclaran que Hughes y Warner se consideraron a así mismos “investigadores activos,” en oposición a Wirth y Blumer a quienes vieron como meros pregoneros y protectores del espíritu del departamento.

Cuando Anselm Strauss (Strauss 1959; Strauss 1961; Strauss et. al. 1964) regresó a Chicago, donde había tenido como maestros a Blumer y Burgess, pronto se relacionó con Hughes y se sintió parte de ese grupo, más que de ningún otro.

Es un gran error creer que los estudiantes de la generación a que pertenecí eran receptores pasivos de una gran tradición coherente del interaccionismo simbólico de Chicago. El departamento no nos dio ninguna tradición coherente. Al contrario, nos confundíamos con la mezcla de puntos de vista contradictorios, modelos, y recomendaciones que nos presentaba el departamento. Cada quién hizo lo que pudo, enfatizando lo que podíamos usar e ignorando lo que no. La mayoría de nosotros, por ejemplo, aunque no todos, (e.g., Albert J. Reiss), ignoramos a Burgess. La mayoría de nosotros ignoró a Ogburn (pero no, por supuesto, Dudley Duncan). Algunos tuvimos una gran influencia de Warner. Warner fue la inspiración principal de Erving Goffman (Goffman 1961; Goffman 1963) hasta años después en que dejó Chicago, cuando hizo público su apego—no correspondido—a Hughes. Warner también fue una influencia importante para Eliot Freidson (Freidson 1970) y para mí, en mi caso fue muy modesta porque representó el romance que asocié con la antropología social, un campo que admiré y cuyas condiciones de trabajo quise evitar. (No me entusiasmé tanto con la idea de antropología urbana porque se podía tener todo el romance con la antropología pero sin dormir en cama propia ni alimentarse decentemente). David Gold se autodefinió como Lazarsfeldiano, pero después se dio cuenta que tenía mucho en común con gente como yo, algo que parecía había absorbido de Blumer que no se atrevía a enfrentar.

Y así sucesivamente. El resultado de esto—de cada persona inventando su propio Chicago—fue que ningún par de Chicagos fue exactamente igual. Hubo muchas cosas que compartieron gente que había sido entrenada ahí en un determinado momento, pero también hubo grandes diferencias. No es que generalmente entráramos en contradicción, sino que solo (pienso) estábamos interesados en resultados de investigación más que en grandes teorizaciones. Tengo la certeza de que esta generación fue más conocida por los proyectos de investigación que publicaron sus miembros que por las teorías que hayan desarrollado.

Aún así hubo una Escuela de Chicago y una tradición de Chicago. ¿Cuáles fueron?

Quiero apoyarme aquí en una distinción crucial hecha por Samuel Gilmore (Gilmore 1988) para una área muy distinta de la vida social. Gilmore estudió los compositores musicales contemporáneos y encontró que algunos de los que generalmente se consideraban como perteneciente a una “escuela” particular de composición no sólo no se conocían entre sí, sino que no sentían nada en común con gente con quien se suponía compartían una misma opinión, de hecho ni siquiera conocían esa gente y a sus puntos de vista. Y, por otro lado, había gente que compartía poco o nada en las teorías de la composición, ideas, o práctica, que, sin embargo, colaboraban en todo tipo de actividades musicales.

Al primer tipo le llama “Escuela de Pensamiento,” y dice que las escuelas de pensamiento son creadas desde afuera, por los críticos que miran en el campo y deciden que cierta gente comparte ciertas ideas, que su trabajo comparte ciertos aspectos de estilo, y que ellos deben constituir una escuela. Al segundo grupo le llama una “Escuela de Actividad.” Lo que los miembros de tal escuela tienen en común es que trabajan juntos en proyectos prácticos. Por ejemplo, pueden organizar una serie de conciertos, donde cada uno toca lo suyo, aunque disientan drásticamente en su música. Así que hay gente que, al menos en nuestro último punto de vista, pensando y actuando de manera similar, puede que nunca haya actuado colectivamente (la “escuela de pensamiento”). Y puede que haya gente que haya actuando colectivamente aunque sus ideas no sean congruentes (la “escuela de actividad”). Una escuela en el sentido clásico en que aludí al inicio combinaría estas dos tipos—sus miembros pensarían de manera similar y actuarían juntos para realizar sus ideas comunes.

Pudiera ser que las “chapelles” de la escuela francesa de pensamiento sociológico, relevantes hasta la mitad de los 1970s, se acercaran a este modelo. Pero esto es probablemente resultado, estoy tentado a decir un artefacto, de la manera en que la actividad sociológica francesa estaba organizada, en pequeños grupos de investigación encabezados por líderes bien conocidos que competían con otros líderes por imponer sus teorías.*

La vida sociológica americana, por otro lado, se organiza por departamentos con base en instituciones de enseñanza, en colegios y universidades en los que se requieren los departamentos para enseñar todos los cursos de sociología que necesitan enseñarse, y así generalmente abarcar una gran variedad de estilos de trabajo. Los departamentos americanos son, en su mayoría, “escuelas de actividad.” Ellos pueden albergar una escuela de pensamiento solo con gran dificultad; aún los esfuerzos exitosos rara vez han generado resultados duraderos. Esta es una larga historia que no contaré completa aquí porque merece un estudio más detallado. En cada periodo de su desarrollo, Chicago fue una escuela de actividad, una organización que trataba de cubrir las principales posibilidades disponibles en el campo a cada momento (aunque una fuera dominante por un tiempo) a fin de armar un grupo adecuado. El objeto no era presentar un frente teórico unificado, sino enseñar estudiantes y otorgar grados, para sacar dinero para los proyectos de investigación, y así desarrollar y mantener una reputación para el departamento en todos sus aspectos. Como Chicago fue el primer [o casi el primero, pace Alan Sica (Sica 1983)] departamento de sociología del país, muy probablemente del mundo, el trabajo continuaría siendo el Número Uno en cada cosa.

Así, Goffman, primeramente interesado en Wirth, finalmente obtuvo un grado trabajando con Warner. Mi comité de disertación los constituyeron Hughes, Warner, y el antropólogo Allison Davis, que enseñaba en la Escuela de Educación. Los proyectos de investigación los hacían gente que tenían poco en común; e. g., Wirth y Hughes colaboraron en estudios sobre las escuelas públicas de Chicago, aunque tenían ideas muy diferentes sobre lo que era importante de estudiar y cómo estudiarlas. (Este proyecto financió el estudio de campo de mi disertación; nunca crucé dos palabras con Wirth sobre lo que estaba haciendo.) “Chicago” fue, para repetir, una escuela de actividad, siendo la actividad formar más sociólogos, otorgar grados, y mantener una reputación dentro y fuera de la universidad.

Los departamentos académicos americanos rara vez son, por las razones que he dado y por la naturaleza del cambio generacional, monolíticamente de un sola línea de persuasión (aunque la gente sea de la misma escuela, la segunda generación es muy diferente de la primera). Sólo parecen de esa forma si no se ven de cerca. El departamento de Columbia de los 40s y 50s (los grandes días de ese departamento) parecía muy monolítico; su “tradición” no era otra cosa que una combinación estrecha entre la teorización de Merton y el empuje de Lazarsfeld para conseguir contratos de estudio con los que podían hacerse “bolsos sociológicos de seda.” Pero había otra gente ahí que no se menciona cuando se cuenta la historia. Y otras clases de trabajo también. Esta también es una historia para otra ocasión.

La lección del cuento es que “Chicago” nunca fue la capilla unificada del mito original, una escuela unificada de pensamiento. Fue, más bien, una escuela vigorosa y robusta de actividad, un grupo de sociólogos que colaboraron en el trabajo cotidiano de hacer sociología en una universidad americana y lo hicieron muy bien. Pero no podemos dar un salto inferencial desde esa colaboración pragmática a una “tradición,” a un cuerpo coherente de teoría. El legado auténtico de Chicago es la mezcla de cosas que caracterizaron la escuela de actividad en cada periodo: abierta, por convicción o por necesidad, a una variedad de formas de hacer sociología, ecléctica porque así lo ameritaron las circunstancias. Pienso, no por haber sido su estudiante, que Hughes fue—en ese sentido—el verdadero chicagense, el verdadero descendiente de Park, el sociólogo atinadamente escéptico en cada forma de hacer ciencia social, incluyendo la suya.

 

REFERENCIAS

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* N.T.: En un repaso breve, Manuel Castells (1998) cuenta que la trayectoria de la Escuela Francesa de Sociología es tan diversa como la que describe Becker para la Escuela de Chicago.